martes, 7 de abril de 2009

Hacia el horizonte



Era tarde y ya estaba anocheciendo. Recorrí las calles de aquella ciudad, más bien pueblo, por última vez. Nunca más pisaría los húmedos adoquines, que habían quedado mojados tras la intensa tormenta que había tenido lugar por la mañana. Pero eso ocurrió al principio del día, y ahora, ya al final, el cielo estaba despejado y podía verse el sol perdiéndose en el horizonte, sobre el mar. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta para resguardarme de la leve brisa otoñal que asolaba aquella calleja estrecha, que era la última que me quedaba por cruzar. Finalmente llegué al puerto y avisté la nave en la que iba a embarcarme. No era excesivamente pequeña, pero resultaba acogedora igualmente. Era perfecta para un viaje tan largo.

Me acerqué a la embarcación y vi como unos hombres cargaban la mercancía. El barco no permitía pasajeros, era mercante, pero a mi me habían tomado como excepción. Bueno, a mi y a otra mujer, a la que hice pasar por mi esposa después de que me lo pidiese de rodillas varias veces. Al final conseguimos el permiso para subir a cambio de que realizásemos alguna tarea de limpieza, por ejemplo. Busqué a la mujer con la mirada, sin éxito. Supuse que ya estaba a bordo y me dispuse a atravesar unas escaleras para entrar en el barco.

Di un primer paso. Me acordé de mi familia, no la vería en mucho tiempo. De hecho, no sabían mi paradero, me había ido sin avisar, solo les dejé una nota diciendo que estaría bien. Volví a subir otro escalón y me acordé de mis amigos. Eran pocos, pero muy buenos, y tampoco les había avisado. No tenía nada en su contra, pero tenía la imperiosa necesidad de romper con toda mi vida anterior. Esperé que algún día pudiesen perdonarme. Llegué a la cubierta, di el último paso por todas las personas que amé y por las que ya no amaría. Muchos nombres me vinieron a la cabeza, pero sobre todo uno. No quise darle más vueltas y dejé la mente en blanco.

Caminé por la madera anaranjada debido a la luz del atardecer. La brisa había cesado y la temperatura era ideal y hogareña. Me apoyé en la barandilla y miré el horizonte con asombro y anhelo. Mis sentido se agudizaron, pude oler el aroma salado del mar, pude escuchar a las gaviotas revolotear varios metros por encima de mi, también pude sentir el ligero oleaje meciendo suavemente la embarcación. Las olas chocaban contra los acantilados rocosos allá a lo lejos y el sonido me llegaba sereno y melancólico, sensación de la que me contagié.

Sin darme yo cuenta ya habían pasado varios minutos y seguía contemplando aquella estampa propia de un poema. El barco zarpó con un silbido. Yo continué absorto en mis pensamientos hasta que la mujer a la que había ayudado se acercó y se colocó a mi lado. No me miró, ni yo a ella, pero los dos estabamos juntos en aquel viaje y los dos mirábamos al mismo horizonte, al mismo destino. Despegó los labios para emitir una especie de lamento que dio lugar a una triste melodía, a un canto de sirena. Pude ver una lágrima recorriendo su rostro. Con aquella escena me di cuenta de que los dos eramos almas atormentadas. Aquel hermoso sonido seguía siendo emitido a través de sus labios, el sol seguía sobre el horizonte, las gaviotas grazanaban apoyadas en el mastil y el oleaje chocaba contra la nave por babor y estribor. Todo era magnífico.

Ahora lo recuerdo y entonces no me daba cuenta. Fue efímero, como el amor o la propia vida. La belleza en estado puro. Aquel momento fue el más intenso de toda mi vida y tan solo duró un instante. Poder sentir lo que sentí es una de las grandes ventajas de estar vivo.

5 comentarios:

Sol - Estaré siempre dijo...

Puedo decirte cielo que desde el principio hasta el final.. estaba alla.. cerca tuyo viviendo cada momento!!!
Que belleza de relato, y ademas cuantas veces queremos de alguna manera alejarnos de algunas cosas... quizas en este relato me fui contigo.. quizas por solo sea una ficción que de vez en cuando nos gustaría que se hiciera realidad...
Mas alla del dolor de dejar atras algunas cosas.. a veces, necesitamos desprendernos... desparecer por un tiempo o quizas desaparecer para volver a empezar!!!
Bueno, pero bueno de verdad!!!
Me encantaría que mas personas te visiten, porque tu lugar.. este vale la pena de corazón!!!
Voy a agregarte al costadito de los amigos que actualizan asi no me pierdo estas maravillosas entradas!!!
Besos llenos de luz cielo!!!
Pasa unas felicies pascuas!!!

aapayés dijo...

esos momentos son los que nos marcan para valorar la vida efímera del tiempo..

siempre se sienten tus textos hoy me quedo con la esencia del deseo de sentir los mas sencillos minutos..

un abrazo inmenso

un abrazo

Julia Hernández dijo...

Excelente, muy bién relatado desde el principio hasta el final. Instantes espectaculares, bellamente descritos, y aunque el amor y la vida sean efímeros, por éstos instantes vale la pena vivir. Un abrazo.u

Amaya Martín dijo...

El viaje de la vida, zarpar entre los momentos mágicos de cada instante que se respira con fruición, saber lo que se deja sin saber lo que se vá a encontrar, compartir el miedo y la esperanza..Tan precioso texto, Jorge!, tan cálido, tan cercano, tan alli estando aqui como siempre, y aun mejor
Mil besos

EL SUEÑO DE GENJI dijo...

Amigo...

Primero la música de Morricone que me envuelve como una suave manta (Me gusta tanto Morricone¡¡¡) Y luego tu relato. La emoción de un largo viaje, la tristeza de la despedida...La excitación por lo desconocido...A mi también me gustaría coger ese pequeño barco, un atardecer en calma y agarrándome al mástil de la Mayor gritar "fuera amarras, desplegad velas"....Ese momento amigo, debe ser...es, mágico.

Un fuerte saludo Jorge, pasar por aquí es siempre un gran placer, me siento en tus escritos como en mi propia casa.