martes, 19 de enero de 2010

Saludos, si alguien me lee. No me olvido de vosotros.

Me he pasado por aquí para recordar viejos tiempos. Pensar sobre el pasado, sobre todo lo que ocurrió. Cada pedazito de este blog representa una parte de mí. Forma parte de un cúmulo de desgracias, que no eran tales, pero que a mi me hicieron sufrir. Un sufrimiento necesario, por otra parte. Se podría decir, incluso, que este que escribe no es el mismo, sino otro. Pero sigo siendo yo: solo yo puedo sentir nostalgia del sufrimiento. Y es que, a pesar de todo, ha sido gracias a todo eso por lo que estoy hoy aquí. Si no, ni siquiera me hubiera dignado a abrir este peqeño espacio en la red.

Supongamos, entonces, que un joven adolescente conoce a una chica. Y a partir de ahí se deriva una serie de acontecimientos que desembocan en un desahogo textual. Y el chico sufre, lo pasa mal y no encuentra lo que busca. Se angustia. Se desespera. Y abre un blog.

"Quiero evadirme", me dijo. Pobre infante, despechado, que te regocijas en tu propio dolor para sentirte útil. Y era lo mejor que podía hacer, sin ninguna duda. Es una triste verdad que los mejores versos surgen de los malos momentos, que los textos más sensacionales nacen de tardes melancólicas y del olor a café.

Y así, separando cada párrafo, componiendo cada verso, se va formando una nueva vida, una nueva visión del mundo. Y el amor, en realidad, queda en un segundo plano. Se muestra satisfecho con ser el impulsor de esa maquinaria artística y filosófica. "Si sé que he nacido para ella, ¿por qué no puedo tenerla?" llegó a decirme el pobre muchacho. Pues ahora lo entiende, claro. Si no la hubiese conocido jamás se habría puesto a escribir. Y, oye, no era un portento el chaval pero, personalmente, me gustan varios de sus poemillas -unos más que otros- y algunos de sus pseudo-relatos. Y opino que a él le vinieron muy bien.

En fin, me pasaba por aquí para decirle a este chico, que ya será un poquito más adulto -aunque le queda aún mucho por andar, al pobre... lo que le queda-, que todavía le recuerdo. Que jamás me voy a olvidar de él. Que sin él yo no estaría aquí. Que se sienta orgulloso de lo que fue, de lo que es, y de lo que será, porque esa es la única manera de ser feliz. Que viva, que no se avergüence de si mismo. Que al que no le guste, que no mire. Y que cuando parezca que está todo perdido, se levante. Y si se vuelve a caer, que se vuelva a levantar. Que intente llegar a la cima más alta, a la cumbre más borrascosa, a la fosa más profunda que encuentre. Que no se rinda nunca, antes muerto que rendido. Que si lucha por lo que quiere puede que no lo consiga. Que asuma esa derrota y, aun así, siga intentándolo. Y, con todo eso, que viva su vida, larga, feliz, solo o acompañado, da igual. Pero que no se arrepienta nunca de lo que hizo. De puta madre, chaval. De puta madre.