sábado, 24 de enero de 2009

Noche sangrienta

El órgano dejó de sonar y la misa dio comienzo. El cura suspiró con los ojos cerrados y volvió a coger aire. El viento golpeaba los muros de la iglesia aquella noche y la madera crujía para intentar informar del peligro. Justo cuando el cura comenzó a hablar, las puertas de la iglesia se abrieron bruscamente. Un hombre entró, junto con un vendaval frío e infernal. Algunas hojas revolotearon por encima de los presentes, para después caer al suelo, inertes. La gente se giró para mirar al visitante y pudieron ver a su espalda los árboles desnudos y la intensa lluvia que había empezado a caer. Un aullido rompió el sepulcral silencio que había inundado la sala.

—Siento llegar tarde, los lobos están inquietos esta noche —Dijo el hombre, mientras se quitaba el sombrero, empapado.

Comenzó a caminar por el pasillo central. Su camisa blanca y sus pantalones negros goteaban sangre y un río rojo marcaba su camino. De su cinturón colgaba una espada enfundada y de su espalda un mosquetón bastante antiguo. El sonido que producían sus botas al andar se paró cuando se detuvo en medio del pasillo.

—¿Quién es el difunto? —Preguntó. Se había percatado del ataúd que “presidía” la ceremonia.
—Se trata del señor Don Omar Rod...
—Da igual —Las palabras del cura se vieron entorpecidas por la voz del visitante— ¿Quienes son los familiares?

Unas cuantas personas alzaron sus manos. Se encontraban muy cerca del ataúd.

—¿Y sus amigos?
—Era un gran amigo mio —Dijo un hombre que se encontraba situado al lado de los familiares.

De nuevo, comenzó a caminar. El eco de sus pasos volvió a sonar en la iglesia. Poco a poco se aproximaba más y más al ataúd.

—¿Y los demás?¿Qué hacéis aquí?
—Son gente del pueblo —Dijo el cura, que se había colocado detrás de una larga mesa. Parecía asustado.

El hombre llegó hasta el ataúd. Lo rodeó hasta quedar posicionado de tal forma que podía mirar el ataúd y a la gente al mismo tiempo.

—Dejando a familiares y amigos aparte...¿a quién de aquí le importa lo que le haya ocurrido a este hombre?

Nadie contestó. El desconocido soltó una risa sarcástica y luego volvió a hablar.

—Ojalá os ahoguéis en vuestra propia hipocresía. Además...¿cómo sabéis que está muerto?
—Yo vi como recibía un disparo —Dijo un hombre situado al fondo de la sala
—Además...está ahí dentro —Añadió el cura, señalando el ataúd

El visitante miró la caja con curiosidad y atención. La acarició y dio dos golpes con los nudillos.

—¿Cómo podéis estar tan seguros? — Dijo y, acto seguido, desenfundó la espada y la hundió en el féretro. Después lo empujó con el pie y cayó de su soporte.

La viuda gritó y todos los familiares corrieron a observar el cuerpo agujereado del difunto. El silencio se apoderó del lugar, otra vez.
—...Está vacío —Dijo la viuda,conteniendo las lágrimas
—Claro que está vacío, señora...—Dijo el hombre, mirando hacia las vigas superiores del edificio— Los vampiros no mueren de un disparo.

Agarró su espada con fuerza cuando las luces se apagaron. Un horrible chillido inundó la estancia, proveniente de una parte más alta de la iglesia, tal vez del campanario.

—¿Qué quiere decir? —Preguntó el cura, que se hallaba aterrorizado y escondido tras la mesa.
—Quiero decir que se vayan a sus casas. Se acabó el espectáculo —La luz de un relámpago iluminó la parroquia— Alguien va a morir esta noche.

sábado, 17 de enero de 2009

Sin nombre IV

Sobre la fría madera de un árbol caído se hallaba sentado, con una ropa oscura que impedía su discernimiento dada la profundidad de la noche. Tan solo se veía alumbrado por la luna que, muy de tanto en tanto, asomaba su faz, escondida entre las espesas nubes grisáceas. Frotaba sus manos para entrar en calor, con cada suspiro perdía parte de su alma congelada, y su mente dibujaba formas abstractas en la inmensa oscuridad.

Sintió a alguien llegar y alzó la mirada. La luna hizo asomar su luz aprovechando un claro en el cielo. Los copos de nieve que habían empezado a caer morían en el rostro del muchacho, derritiéndose en su calidez. Su cabello empezaba a humedecerse poco a poco. Lentamente.

Lentamente se acercaba ella, aparecida de la nada, mientras él la observaba con detenimiento. Una mujer con una larga cabellera clara y vestida tan solo con un vestido blanco, bastante viejo y algo estropeado.

—Quiero hablar contigo —Dijo, parándose en frente de su acompañante

Él no contestó. Sus ojos se fijaron en los suyos durante un momento, y después había desviado la mirada hacía la oscuridad. Ella hizo lo mismo. La nieve seguía cayendo, ahora con más intensidad. El frío se hacía más duro y llegaba hasta los huesos, perforándolos con suma acritud.

—¿Cómo puedo estar seguro de que eres tú de verdad? —Preguntó el chico. La miró a los ojos y acto seguido, adentró su vista en la profundidad de la noche. Una vez más.

Ella no contestó. Después de un silencio largo y casi perpetuo, se levantó de su asiento y se dispuso a marchar. Algo le detuvo.

—No te vayas —Dijo ella, agarrándole del brazo. Sus miradas se cruzaron de nuevo.

Cogió su mano con suavidad para que dejase de agarrarle. Sus dedos se entrelazaron inconscientemente.

—¿Por qué te quiero tanto... —Comenzó a decir

Acarició con anhelo su preciosa cabellera y sus labios se encontraron como por accidente. Al principio notó la calidez de sus labios, el cariño en sus manos. Pero poco a poco fue desapareciendo, dejó de notar su boca, sus dedos, su cuerpo. Su presencia.

—...si eres un sueño inalcanzable? — Terminó diciendo, mientras abría los ojos.

La muchacha había desaparecido sin dejar rastro. Se había desvanecido en la oscuridad, dejando un un ambiente hostil y desagradable a su alrededor. Él se dio la vuelto y se adentró en el espeso bosque, sin saber a donde ir. La herida de su alma se había abierto. Otra vez.

jueves, 1 de enero de 2009

Un mar de dudas



—¿Adónde se supone que vamos? —Me preguntó con aire desenfadado
—¿Adónde se supone que tenemos que ir? —Le respondí

Me encaminé a la proa del barco y de un salto me coloqué sobre el mascarón. Estaba increiblemente cerca del agua, y me salpicaba por momentos al chocar contra la embarcación. Pude notar el aire fresco de la mañana en mi cara. Pude percibir el olor que desprenden las algas al estar estancadas y deduje que nos encontrabamos cerca de algun puerto o alguna playa. Miré el sol del amanecer, admirando el inicio de algo hermoso. Por un momento me sentí libre. Una lágrima se escapó de mi ojo derecho,el único que todavía seguía en su sitio, quien sabe si de tristeza o de alegría.

—Mientras no encontremos un lugar mejor que este, —Musité sin preocuparme de que mi hermano me escuchase— seguiremos vagando sin rumbo.