sábado, 27 de junio de 2009

Coyote



Todo en esta realidad nace, vive y muere. Es paradójico como el mundo nos demuestra continuamente que algo que, a priori, no tiene vida, puede acabar muriendo.
Todo en esta gran maquinaria se desgasta y se va, dejando paso a un sustituto mejor preparado, o tal vez no, pero seguro más joven.

A él le costaba creerlo, pero lo aceptaba. Se dio cuenta de que, aun sin él, el mundo seguiría adelante, el cosmos se mantendría en equilibrio... sin él. Acabaría desgastándose y se volvería inservible con el paso del tiempo. A veces prefería tener que vivir menos para sentir menos dolor al irse. Al fin y al cabo, un coyote no sufre tanto cómo un humano. O tal vez si.

Los coyotes son pequeños cánidos que viven alrededor de 6 años y habitan en toda América del Norte, aunque cada vez quedan menos. Son animales pequeños y delgaduchos, aparentemente débiles, pero que no dudan en defenderse. A pesar de que se les puede ver en manadas, normalmente son solitarios, asi como adictos a la luna, tan adictos que a veces aullan lamentándose de no poder llegar a ella.

Él era pequeño y solitario, y aullaba a una luna que no podía alcanzar. Como un coyote, se deslizaba sigiloso entre las calles tan solo alumbradas por la luz de esa luna. Soñaba con encontrar otros como él, pero los coyotes son escurridizos... y se asustan facilmente. Asi que, cansado de buscar, se sentaba en algún banco o , simplemente, en el suelo. Y asi pasaba las noches, tirado en la calle, mirando a la luna y pensando sobre nada y todo a la vez. Con paciencia se mantenía esperanzado de que otro de su especie le encontrase.

Dicen que el día de su muerte, al llevarse el cuerpo, se encontró algo escrito bajo el cadaver. No estaba escrito con sangre, tampoco con pintura, parecía tallado sobre el asfalto en que solía pasar los días. Al parecer, cuando notó que su hora llegaba, se dedicó a escribir una frase: “El tiempo no espera para nadie, pero los coyotes sí.”

miércoles, 17 de junio de 2009

Día 1



Como cada mañana, salió a dar un paseo con un libro cualquiera en la mano. Tras haber hecho el recorrido habitual, tanto por asfalto como por tierra, llegó a un banco en un parque bastante alejado del centro urbano. Era un buen banco, un banco limpio y situado debajo de un arbol que daba unas hermosas flores rosadas en otoño. Se sentó y comenzó a leer a la luz del cálido sol que asomaba de vez en cuando entre las nubes de un día gris.

No sabría decir cuanto tiempo estuvo leyendo, pero acabó notando una presencia a su lado. Miró de reojo y vio a una muchacha no mucho mayor que él, que también estaba leyendo un libro.

—¿Cuánto tiempo llevas ahi?
—Más que tú, eso seguro —Contestó ella sin distraerse de la lectura

Él la miró con escépticismo y se mordió la lengua para evitar discusiones con una loca desconocida.

—Lo dudo bastante... —Murmuró él, finalmente.

A pesar de haber escuchado el comentario, la chica no dijo nada. Siguió saboreando cada página como si su acompañante no estuviera. Así permanecieron bastante tiempo, hasta que el chico se vio obligado a romper un silencio tan incómodo.

—Me llamo Alex —Dijo sin preocupación aparente.
—Yo Marina —Cerró el libro de golpe, lo que provocó un sobresalto en el muchacho— ¿Cómo es que no te había visto antes por aquí?
—Creo que eso debería preguntarlo yo...
—¿Y por qué vienes aquí?
—Bueno, es un sitio tranquilo para leer.
—No, no lo entiendes. Te estoy preguntando si alguna razón existencial o metafísica.

Alex permaneció inmovil mirandola a los ojos y después agachó la cabeza. Desvió su mirada hacia un punto imaginario colocado lejos de allí, muy lejos.

—No lo sé... —Dijo en un suspiro.

[...]

Alex llegó a su casa antes de anochecer. Como de costumbre, se metió en la ducha antes de cenar. Tras haberse aseado debidamente, salió envuelto en una toalla y se miró en un empañado espejo. Apoyó su mano en el cristal y notó como un frío intenso le recorría la piel desde los dedos hasta la nuca. Quitó la mano y, entre las gotas de agua que ahora se deslizaban por el espejo, pudo ver su rostro y sus ojos. Sus profundos ojos.

—¿Cuándo empecé a sentirme asi? —Formuló en voz baja.

miércoles, 10 de junio de 2009

Insensible



Llegó a casa tras un largo día y se dirigió directamente a su habitación. Abrió las ventanas y sacó medio cuerpo al aire, respirándolo, soñando con volar lejos, con irse de allí algún día, con que todo cambiara. Y, tan rápido como la ilusión llegó a su ser, le abandonó y se sumió en un repentino y profundo estado de amargura. Otra vez.

Aprovechando que el ordenador, su instrumento de escritura, estaba encendido, se sentó en la silla y comenzó a escribir para alguien o para si mismo:

Y aquí me hallo, de nuevo, sentado en la misma silla de siempre, usando el mismo teclado de siempre y pensando lo mismo de siempre. Sintiendo lo que suelo sentir y apretando un montón de teclas por si, fruto de Dios, del destino o del azar, sale algo que no sea inservible. Escribir y leer lo que otros escriben es para mi, una vez más, un intento de escapar del tedio, la amargura, la monotonía.

Porque a eso se resume todo: aburrimiento. Sí, levantarse por la mañana, ir a algún lugar al que tienes que ir, y no por gusto, sino por supervivencia, volver al hogar, estar con gente... la misma gente de siempre, en el mismo lugar... Estoy harto. Estoy muy cansado de todo, no encuentro nada que me llene y me parece que, haga lo que haga, no va a servir de nada. Que no voy a alcanzar ninguna meta, principalmente porque no tengo ninguna y, si en alguna ocasión la tuve, acabé como en todas las anteriores: destrozado y arrastrándome por el suelo, intentando mantener una dignidad que casi he perdido por completo.

Y es que las cosas, mi mundo, tal y como está ahora, es, simple y llanamente, una mierda. No se si va a cambiar, desde luego si no cambia no va a ser por no intentarlo, pero parece que los astros se confabulan una y otra vez contra mi en momentos críticos y en los no tan críticos... y lo peor es que todo el mundo me dice que no me queje: que tengo un techo bajo el que dormir, algo que llevarme a la boca, amigos y familiares vivos y sanos... pero es que, por más que yo lo diga, no acaban de comprender que mi hambre no es física, sino espiritual, y que lo que más me duele es que todo el mundo tenga algo que yo nunca he tenido... ¿Envidia? No lo sé, tal vez. Lo que no puedo evitar es que mi estado anímico sea, por norma general, bastante desagradable: creo que, poco a poco, me estoy volviendo un insensible.

sábado, 6 de junio de 2009




¿Qué hay de ese sentimiento que brota desde lo más profundo de nuestra alma al escuchar determinada secuencia de una pieza musical? ¿Cómo un sonido es capaz de transmitirte tanto como la palabra escrita? ¿Cómo un sonido puede hacerte ver el más precioso de los paisajes, la más épica de las escenas? La música es, posiblemente, el arte que abarca lo inabarcable y que muy pocos son capaces de dominar de manera perfecta. La música seguramente sea el regalo más divino de este universo a la deriva.

Aunque me gusta escribir, creo que tan solo podré sentirme realizado artisticamente al aprender a tocar algún instrumento de forma eficiente. A ver si con suerte, algún día, aprendo a tocar la flauta travesera. Pero para eso necesito dinero y tiempo.

martes, 2 de junio de 2009

Para el mundo




Para los que caigan
y más tarde se levanten,
para los que lloren de tristeza
o de felicidad,
para los que busquen una salida
a esta cueva insondable.
Para los que añoren,
para las lágrimas del mundo,
para los soles que iluminen
a un artista vagabundo.
Para los que quieran querer,
para los que quererse quieran,
para los que quieren acabar
con su ardua existencia
y, sin embargo,
siguen su camino con fiereza.
Para los que buscan un sentido,
para los que se hallen solitarios,
para los que perderse busquen
en un camino humanitario.
Para el reloj, el tiempo,
para las horas,
para las estrellas, el viento,
para las olas.
Para un necio,
para alguien de ojos ciegos,
para alguien de oidos sordos,
para alguien importante para mi,
no lo escondo.
Para las hojas muertas,
para un otoño rojizo,
para los árboles desnudos
y su color pajizo.
Para el oceano, el mar,
para el desierto,
para un bosque tropical,
para los muertos.
Para los vivos
y para los que aun quedan por vivir.
Para los que, a pesar de su corta vida,
ya desean morir.
Para el principante,
para el desparpajo
del que sabe hablar.
Para los que aportan,
para los que ayudan,
para los que saben escuchar.
Para la suerte,
para esos que no se avergüenzan
de lo que tienen en mente.
Para aquellos que saltan hacia las nubes,
a pesar de que no lleguen,
para aquellos que buscan el amor,
aunque no lo encuentren.
Para los que se enfrentan a la dicha,
para los que tienen fé,
para los que la buscan
y para los que no la tienen.
Para aquellos que vienen
para aquellos que se van,
para aquellos que ya se han ido
y que jamás volverán.