sábado, 17 de enero de 2009

Sin nombre IV

Sobre la fría madera de un árbol caído se hallaba sentado, con una ropa oscura que impedía su discernimiento dada la profundidad de la noche. Tan solo se veía alumbrado por la luna que, muy de tanto en tanto, asomaba su faz, escondida entre las espesas nubes grisáceas. Frotaba sus manos para entrar en calor, con cada suspiro perdía parte de su alma congelada, y su mente dibujaba formas abstractas en la inmensa oscuridad.

Sintió a alguien llegar y alzó la mirada. La luna hizo asomar su luz aprovechando un claro en el cielo. Los copos de nieve que habían empezado a caer morían en el rostro del muchacho, derritiéndose en su calidez. Su cabello empezaba a humedecerse poco a poco. Lentamente.

Lentamente se acercaba ella, aparecida de la nada, mientras él la observaba con detenimiento. Una mujer con una larga cabellera clara y vestida tan solo con un vestido blanco, bastante viejo y algo estropeado.

—Quiero hablar contigo —Dijo, parándose en frente de su acompañante

Él no contestó. Sus ojos se fijaron en los suyos durante un momento, y después había desviado la mirada hacía la oscuridad. Ella hizo lo mismo. La nieve seguía cayendo, ahora con más intensidad. El frío se hacía más duro y llegaba hasta los huesos, perforándolos con suma acritud.

—¿Cómo puedo estar seguro de que eres tú de verdad? —Preguntó el chico. La miró a los ojos y acto seguido, adentró su vista en la profundidad de la noche. Una vez más.

Ella no contestó. Después de un silencio largo y casi perpetuo, se levantó de su asiento y se dispuso a marchar. Algo le detuvo.

—No te vayas —Dijo ella, agarrándole del brazo. Sus miradas se cruzaron de nuevo.

Cogió su mano con suavidad para que dejase de agarrarle. Sus dedos se entrelazaron inconscientemente.

—¿Por qué te quiero tanto... —Comenzó a decir

Acarició con anhelo su preciosa cabellera y sus labios se encontraron como por accidente. Al principio notó la calidez de sus labios, el cariño en sus manos. Pero poco a poco fue desapareciendo, dejó de notar su boca, sus dedos, su cuerpo. Su presencia.

—...si eres un sueño inalcanzable? — Terminó diciendo, mientras abría los ojos.

La muchacha había desaparecido sin dejar rastro. Se había desvanecido en la oscuridad, dejando un un ambiente hostil y desagradable a su alrededor. Él se dio la vuelto y se adentró en el espeso bosque, sin saber a donde ir. La herida de su alma se había abierto. Otra vez.

2 comentarios:

EL SUEÑO DE GENJI dijo...

Al leer tu historia me trasladé inconscientemente allí. Sentia en mi piel el gélido frio del invierno. El desamparo del muchacho en aquél bosque nevado. La noche y sus misterios y ella, dulce sueño, ansiado anhelo que no llegó a ser más que un sueño. Como la vida misma.

Muy bueno¡, aun me estremezco, ya aquí sentado.

Saludos

Amaya Martín dijo...

es curioso Jorge.., cuando amamos con esa intensidad, con esa vehemencia que estremece el alma..suele ser a un ser, que aunque si es real, tambien es, en cierto modo, imposible..
Es un amor que en su ausencia nos hace sentir sobre la piel y hasta en los huesos toda la crudeza del invierno..,y en su presencia nos inunda de luz, nos llena de calor, nos emborracha de magia..
Un relato precioso, bien construido y mejor ambientado.., como siempre..Muchos besos
Pd: no tardes tanto en volver, se te echaba de menos