—Siento llegar tarde, los lobos están inquietos esta noche —Dijo el hombre, mientras se quitaba el sombrero, empapado.
Comenzó a caminar por el pasillo central. Su camisa blanca y sus pantalones negros goteaban sangre y un río rojo marcaba su camino. De su cinturón colgaba una espada enfundada y de su espalda un mosquetón bastante antiguo. El sonido que producían sus botas al andar se paró cuando se detuvo en medio del pasillo.
—¿Quién es el difunto? —Preguntó. Se había percatado del ataúd que “presidía” la ceremonia.
—Se trata del señor Don Omar Rod...
—Da igual —Las palabras del cura se vieron entorpecidas por la voz del visitante— ¿Quienes son los familiares?
Unas cuantas personas alzaron sus manos. Se encontraban muy cerca del ataúd.
—¿Y sus amigos?
—Era un gran amigo mio —Dijo un hombre que se encontraba situado al lado de los familiares.
De nuevo, comenzó a caminar. El eco de sus pasos volvió a sonar en la iglesia. Poco a poco se aproximaba más y más al ataúd.
—¿Y los demás?¿Qué hacéis aquí?
—Son gente del pueblo —Dijo el cura, que se había colocado detrás de una larga mesa. Parecía asustado.
El hombre llegó hasta el ataúd. Lo rodeó hasta quedar posicionado de tal forma que podía mirar el ataúd y a la gente al mismo tiempo.
—Dejando a familiares y amigos aparte...¿a quién de aquí le importa lo que le haya ocurrido a este hombre?
Nadie contestó. El desconocido soltó una risa sarcástica y luego volvió a hablar.
—Ojalá os ahoguéis en vuestra propia hipocresía. Además...¿cómo sabéis que está muerto?
—Yo vi como recibía un disparo —Dijo un hombre situado al fondo de la sala
—Además...está ahí dentro —Añadió el cura, señalando el ataúd
El visitante miró la caja con curiosidad y atención. La acarició y dio dos golpes con los nudillos.
—¿Cómo podéis estar tan seguros? — Dijo y, acto seguido, desenfundó la espada y la hundió en el féretro. Después lo empujó con el pie y cayó de su soporte.
La viuda gritó y todos los familiares corrieron a observar el cuerpo agujereado del difunto. El silencio se apoderó del lugar, otra vez.
—...Está vacío —Dijo la viuda,conteniendo las lágrimas
—Claro que está vacío, señora...—Dijo el hombre, mirando hacia las vigas superiores del edificio— Los vampiros no mueren de un disparo.
Agarró su espada con fuerza cuando las luces se apagaron. Un horrible chillido inundó la estancia, proveniente de una parte más alta de la iglesia, tal vez del campanario.
—¿Qué quiere decir? —Preguntó el cura, que se hallaba aterrorizado y escondido tras la mesa.
—Quiero decir que se vayan a sus casas. Se acabó el espectáculo —La luz de un relámpago iluminó la parroquia— Alguien va a morir esta noche.
